La hora de los cortos
El Festival Internacional de Cine Independiente de Mar del Plata también le da lugar a los cortometrajes. De los que integran el Programa 2, sobresalen Argentino Vargas e Imágenes para antes de la guerra. Todos participan de la competencia oficial.
Por Mex Faliero
Démosle espacio a los cortometrajes, que habitualmente pasan algo desapercibidos por estas páginas. Primer recordar que el Festival Internacional de Cine Independiente de Mar del Plata tiene dos competencias, una de ellas es de cortos nacionales. Y en la tarde del domingo se pudo ver el Programa 2, como se denomina a estos “paquetes” de cortometrajes donde se incluyen varias de las obras que compiten entre sí. Si tomáramos a los cortometrajes como la reserva del próximo cine que está por venir, al menos lo que se ha visto hasta el momento deja algunas dudas sobre el futuro que le espera a la cinematografía nacional. No obstante, hubo algunas obras para destacar como Argentino Vargas e Imágenes para antes de la guerra.
Argentino Vargas, de Federico Sosa, es una adaptación de una historieta de Carlos Trillo. En este corto, Emilio Bardi interpreta al boxeador del título, un veterano que vuelve al ring para ganar algunas batallas que se ve le han quedado en la vida: una de ellas, tiene que ver con el amor de una mujer que conoce en una milonga. La labor de Sosa es destacable: su corto trabaja algunos tópicos del cine criollo y recrea acertadamente la práctica del boxeo. Es una historia mínima, de perdedores irredentos, pero contada con sobriedad y elegancia, con el pesimismo sombrío que necesita el relato. Bien sostenido en todos los aspectos técnicos, Sosa parece tener el talento para aplicarse a un buen cine industrial.
Otro trabajo para tener en cuenta es Imágenes para antes de la guerra, de Francisco Márquez. Si bien menos redondo que Argentino Vargas, tal vez porque tiene cierta pretensión de proclama política que le queda un poco grande, este corto se burla de los cortometrajes experimentales y habla de la utilización política del cine, con una estética noir que se construye como sátira. Con protagónico de Arturo Goetz, como un improbable cineasta convocado por un gobierno de sesgo izquierdista para filmar una película militante a favor del proletariado, este cortometraje demuestra cierto buen uso de la ironía y hasta se anima a ponerse de una vereda políticamente incorrecta para hablar de la libertad que debe gozar el arte.
Otros dos trabajos con sus bemoles, son La nieve y tantas cosas de Mariano Nante y En la orilla de Martina Matzkin. El primero vuelve con la temática de los fantasmas y el cine, del recuerdo hecho imagen y de la obsesión, en este caso la de un espectador que ve una y otra vez una película sólo porque aparece, en pocos fotogramas, una enigmática mujer. Nante abre su corto con un maravilloso plano secuencia y demuestra gran elegancia en varios planos, aunque posteriormente cae en cierta gravedad impostada típica de los productos de la FUC. Por su parte, En la orilla es un corto deudor del universo de Lucrecia Martel, donde la naturaleza y las pulsiones sexuales asordinadas construyen un universo de frustraciones y violencia implícita, que lamentablemente pierde fuerza por algunas metáforas demasiado evidentes. Sin embargo, Matzkin tiene a favor un sutil manejo de la tensión sexual entre dos niñas, que por momentos roza la osadía.
Sobre La providencia, de Nadina Marquisio, decir que su final irónico y abrupto cierra el círculo de lo que hasta entonces era una idea original pero no del todo redondeada desde lo visual: mostrar como un manual de instrucciones el proceso de vaciado y remodelación de una pileta. Tal vez Marquisio se quiso burlar del cine hermético y del ejercicio adolescente, pero es algo que no podemos confirmar. Y sobre El bosque, señalar que Ange Potier trabaja bien con la animación inspirada en cuadros de El Bosco, pero que más allá de la riqueza visual su obra se queda en el collage más o menos pintoresco y preciosista.
Para el final dejamos dos cortos que han resultado los más flojos de este Programa 2: uno es La medicina en China, de Juan Facchini, que intenta hablar del azar y el destino, recurriendo a pantallas divididas y al probable cruce entre un joven y una chica, con una metáfora que incluye a la acupuntura y que no se entiende muy bien hacia donde apunta. Así y todo, la idea es demasiado chica y los 15 minutos que dura el corto se hacen largos; el otro es Este mundo aquí, de Daniela Muttis, un cortometraje hecho desde la desprolijidad -buscada- de una cámara en mano que bucea en imágenes inconexas para hallar un sentido, tal vez existencial: bosques, partos, perros durmiendo, entre otras muchas, forman parte de este collage que lo único que logra es confirmar que el cine experimental o de ensayo no se lleva bien conmigo.
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